Os acordáis de Capbuit, es ese personaje un tanto despistado que de vez en cuando me escribe para comentarme las últimas novedades, pero no en cuanto a material fotográfico o creaciones artísticas, sino más bien novedades relacionadas con sus historias desastrosas.
Y como sabe que todos somos un poco «Capbuit», especialmente esos días que vamos un poco despistados, me las cuenta para que pueda compartirla con vosotros aquí y así poder ser un poco más precavidos.
Pues bien, hoy os quiero contar algunas historias que me ha hecho llegar Capbuit sobre las aventuras y desventuras con sus mochilas fotográficas. Concretamente son tres historias, aunque la segunda y la tercera son muy similares, sólo que la tercera le ocurrió hace tan sólo unos días y ha sido la que le ha animado a escribirme de nuevo.
Debo reconocer que tiene tanta mala suerte para que le sucedan estas historias como buena suerte al no tener consecuencias especialmente graves. Ahora veréis.
No quiero que me limpies los cristales del coche
Esta historia me ha dicho que podíamos titularla como «No quiero que me limpies los cristales del coche» por aquello de los limpiacristales que se paraban en los semáforos y antes de que te diera tiempo a decirles nada ya estaban tirándote un cubo de agua y jabón en el parabrisas del coche. Por mucho que no quisieras limpiar el parabrisas, al final tenías que poner en marcha los limpiaparabrisas.
Y es que de eso va un poco la historia, no hay agua con jabón de por medio, pero sí parabrisas y limpiaparabrisas que se combinan fatídicamente con la cámara de fotos. Eso y por supuesto prisa, despiste y pereza.
La cuestión es que Capbuit esta vez y siguiendo sus propias dinámicas iba apurado de tiempo, había dejado el coche en un parking y tenía que hacer un reportaje nocturno para un diario local.
Así que ahí estaba él, con su bolso fotografico, una bolsa Domke de estas tan chulas que para nada parecen una bolsa fotográfica, ideales para hacer foto de calle. Era una bolsa pequeña y llevaba justo lo que iba a necesitar esa noche, una cámara con un 24-70mm y un flash de reportaje.
Al bajarse del coche se colgó la cámara al hombro y… no, todavía no pasó nada jejeje. Se fue en el momento en el que se dio cuenta de que se había dejado las ventanillas del coche un poco bajadas, así que volvió al coche.
Como el coche estaba junto a una columna y tenía dificultades para pasar entre el coche y la columna, por no tener que darse toda la vuelta, dejó la bolsa con la cámara sobre el parabrisas del coche, así ya podía pasar cómodamente y se ahorraba unos segundos que le parecían importantes.
Se subió al coche, metió la llave, le dio al contacto y subió las lunas. Hasta ahí todo correcto. Ya sólo le quedaba sacar la llave, cerrar el coche y salir pitando.
Así que… eso hizo, fue a sacar la llave del coche y, según la sacaba le dio a la palanca del limpiaparabrisas que se activó de inmediato.
Capbuit se quedó paralizado viendo cómo el limpiaparabrisas levantaba la bolsa con la cámara y la escupía por el lateral del coche. Acto seguido se escuchó un golpe seco, un pum, se paró el limpiaparabrisas al haber sacado las llaves del contacto y Capbuit asomó la cabeza entre la carrocería y la puerta abierta para ver en qué estado había quedado su material.
Le dio cierta tranquilidad ver que la mochila había caído de pie. Como si de un gato se tratara, cayó en vertical y ahí se quedó. La suerte es que esas mochilas Domke tienen una protección como de dos centímetros justo en la base, con lo que se salvó del golpe y el material no se hizo nada.
Salir con prisas
La cuestión es que esta historia le ha pasado unas cuantas veces. Pero una fue especialmente traumática y es la que recuerda con más intensidad.
La cosa es que Capbuit había quedado con un cliente a las 10 de la mañana para hacerle unas fotos. Se había levantado pronto para poder desayunar tranquilamente, preparar el material fotográfico y salir de casa sobre las 9 ya que tenía una hora de camino.
Esto ocurría en pleno invierno, y no lo digo porque sí, sino porque es un dato realmente importante.
Así que ahí estaba Capbuit, calentando la cafetera y colocando todo el material en la mochila. Revisó lo que tenía dentro, dos cuerpos de cámara, objetivos, filtros, tarjetas, baterías… Se dio cuenta de que de las cuatro baterías sólo tenía cargadas dos cargadas del todo.
Con lo que decidió que aunque seguramente iba sobrado con dos baterías totalmente cargadas, valía más prevenir que curar, así que puso a cargar las otras dos y ya las metería en la mochila justo antes de marcharse.
Mientras salía el café siguió revisando que no se olvidara nada que le pudiera hacer falta después, así que miró que tuviera el trípode preparado, la zapata del trípode en la cámara que iba a usar… todo listo.
Eran las ocho y media y sólo le quedaba meter las baterías que estaban cargándose, cerrar la mochila y marcharse, así que podía irse a desayunar tranquilamente.
El problema es que era una de esas mañanas en las que en un abrir y cerrar de ojos se pasa media hora sin darnos cuenta. Y justo fue lo que ocurrió. Desayunó con calma, revisando el correo en el móvil por si podía aprovechar para responder alguno así más urgente, se acabó el café y las tostadas y… al mirar el reloj se le habían hecho las 9 y diez.
Horror!
Salió corriendo de la cocina, cogió la mochila del suelo y salió corriendo por la puerta de la habitación cuando…. pim, pam, pum, pataplas, pom pum!!!
Con más miedo que ganas de ver que había sido eso, se dio la vuelta y… todo el material de la mochila estaba esparcido sobre la alfombra de la habitación.
Un sudor frío empezó a bajarle por la espalda.
Fue recogiendo el material poco a poco comprobando los daños. Y como os decía antes, la suerte, dentro de la desgracia, suele sonreir a Capbuit. Y es que no se le estropeó nada de nada. Sólo uno de los objetivos había rodado hasta fuera de la alfombra y se le rasguño un poco. El resto, todo en perfecto estando y funcionando.
Oh – oh – ooooh Papá!
Así como os hablé en el episodio anterior, en el de la cámara voladora, de que Capbuit había aprendido la lección y nunca deja la cámara suelta por el coche, en este caso no podemos decir lo mismo.
Sin ir más lejos, hace unos días salió del estudio con la mochila medio abierta, con los objetivos bailando a punto de asomar por la apertura.
Otra vez salía con prisas y, además con su hija de poco más de dos años, con lo que andaba bastante despistado.
Por suerte, precisamente su hija, fue la que vio que ahí había algo raro y le dijo algo así cómo «OOOH Papá!» mientras señalaba la mochila.
No hubo susto ni que lamentar daños, a ver si esta vez Capbuit aprende la lección.
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